3.3.10

Las pre(su)posiciones

Un suceso-minicuento de hace algún tiempo:


***

A las seis en punto de la mañana sonó el despertador. Ante sus ojos, Carlo descubrió la sonrisa de Carla, que le guiñó uno suyo mientras acercaba sus labios a la barbilla de su amante y le obsequiaba con un húmedo beso. Bajo la nariz de su amante le extrañó a Carlo descubrir una peca muy similar a la que siempre había adornado la parte inferior de la comisura de sus propios labios. Con un gesto involuntario se palpó la barbilla que hacía tan sólo unos segundos había sido besada por Carla. De súbito comprobó que aquella peculiar y minúscula protuberancia que siempre había permanecido bajo su boca parecía haberse esfumado de su barbilla para instalarse en los morros de su amante. Desde ese instante notó que algo extraño estaba ocurriendo entre ambos, que una especie de simbiótica relación física —¿orgánica?— se estaba estableciendo entre ambos. Durante la mañana, Carlo no quiso tratar este peculiar aunque comprometido tema con Carla, ya que no era su pretensión asustarla ni preocuparla innecesariamente. En lugar de eso, decidió pasar sus manos por la espalda de su —ahora— amante. Entre ambos pareció formarse un adherente abrazo, y en el instante en que retiró sus brazos, comprobó que sus manos se quedaron adosadas a la espalda de Carla. Excepto por la expresión de asombro que apareció en su rostro, Carla no notó nada extraño en el suceso, ya que su amante se apresuró a esconder sus desmanados brazos tras su propia espalda. Hacia las siete de la mañana y después de haber desayunado —a Carla tampoco parecía extrañarle mucho que Carlo hubiera tomado su café amorrando su boca a la taza y succionándolo a sorbos—, la mujer con las manos de su amante en la espalda se sentó en el regazo de éste. Hasta entonces, Carla no parecía sospechar nada con respecto a los extraños sucesos que desde esa mañana habían estado sucediendo entre ambos, y Carlo se había propuesto el firme propósito de no alarmar a su amante hasta que fuera imprescindiblemente necesario. Mediante su confesión, lo único que podría conseguir era que Carla lo tomase por loco y decidiera marcharse definitivamente de su casa. Para sorpresa suya, cuando Carla decidió incorporarse y recoger la bandeja del desayuno, comprobó cómo sus propias piernas se levantaban junto con el trasero de Carla, que con sus recién adquiridas cuatro extremidades inferiores se dirigió inalterablemente hasta la cocina portando la bandeja del desayuno. Por la frente de Carlo comenzó a chorrear una fría —tenebrosa— gota de sudor, cuyo parsimonioso recorrido hasta la barbilla hubo de soportar estoicamente. Salvo la inhabitual palidez en el cutis de su amante, Carla parecía no notar nada fuera de lo normal a su regreso de la cocina. Según pronosticó Carla, a Carlo le hacía falta tomar más fruta, ya que es sabido que proporciona las vitaminas necesarias para el cuerpo humano. Sin darle mayor importancia, Carla se acercó a su amante y se fundió en un prolongado beso, cosa que hizo que tanto la cara como la cabeza de Carlo se adhirieran en ese instante a la suyas propias. Sobre todo, a Carlo no se le ocurrió comentarle nada a Carla, más que nada porque en ese preciso momento ya le fue prácticamente imposible despegar sus labios de los de su amante, la cual se incorporó de nuevo y se dirigió en dirección a la puerta de salida. Tras esto, el tronco y las dos semiextremidades que reposaban en el sofá del salón permanecieron en su lugar, impasibles aunque crecientemente preocupados, deseosos de tratar de explicar al improbable regreso de Carla el extraño incidente ocurrido durante aquella mañana, impotentes ante tan magna empresa.






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